29 diciembre 2006

Forges

Cuando el maestro habla es mejor que los aprendices callemos, escuchemos y aprendamos.
Esta viñeta del gran Forges aparece publicada en El País de hoy.

23 diciembre 2006

Inocencia perdida


Por fin se han quedado dormidas.
Llevamos ya cinco horas de viaje, a salvo en este avión que nos aleja del infierno que hemos vivido estos días. Quién me iba a decir a mí, que detesto la Navidad, que este año estaría de vuelta en casa, en París, junto a los míos. Realmente lo hemos pasado mal y confieso que llegué a pensar que no podríamos escapar, que en algún momento nos detendrían, que Alima sería condenada y que a mí tampoco me salvarían ni mi pasaporte de ciudadana francesa ni mi condición de cooperante internacional.
Ahora que la miro me doy cuenta que siento por esta mujer lo que no he sentido jamás por nadie. Se ha creado entre nosotras un lazo indestructible. Debo protegerlas a ella y a su hija Mdaka. Al fin y al cabo esto es lo que vine a hacer a esta tierra maravillosa, llena de misterios y de miseria, cuando abandoné mi cómodo trabajo en el Hospital de Orsay.
En estos días tan intensos me he dado cuenta de la clase de mujer que es y de cuánto he aprendido de ella. Me conmueven su extraordiario valor, su fortaleza, el tierno amor por su hija y su espíritu rebelde. Sólo mujeres como ella pueden hacer del nuestro un mundo mejor.
Al verse a salvo, Alima me ha abierto su alma. Con su mal francés, entre sollozos, pero con la mirada firme me ha estremecido con el relato de su vida. Después de habernos fundido en un abrazo, de habernos secado mutuamente las lágrimas y con la convicción más absoluta de que hacemos el bien, aprovecho su descanso para, en las dos horas de viaje que todavía restan, resumir su historia, la historia de una mujer que por una vez supo decir no. La historia de una madre que no quiso para su hija lo que en otro tiempo quisieron para ella.
Debe tener poco más de veinte años. Todavía es bella aunque su piel oscura, reseca por el sol y el polvo que asfixia su aldea, está salpicada de pequeños hoyuelos, testimonios perennes de alguna enfermedad pasada. Su lucha diaria por la vida ha sido muy dura, como lo es la de la inmensa mayoría de las africanas. Noto que le apena dejar atrás a su marido. No le ama, pero le respeta. La ha tratado bien durante el tiempo que ha estado junto a él, pero cómo amar a un hombre mucho mayor con el que la casaron a los trece años a cambio de una vaca, tres cántaros y unas cuantas pieles.
Él es un buen hombre temeroso de Dios. Nunca ha faltado comida en casa ni leña para el fuego. A veces le traía regalos de los que conserva un pequeño espejo con marco de nácar que ella usaba para jugar con los rayos del sol. Pero cuando la luz del día se iba, sabía que se iba a repetir otra vez su particular infierno. Cómo amar a un hombre que por las noches vertía su lujuria sobre ella aun a sabiendas del dolor tan intenso que le provocaba, golpeando insistentemente con sus jadeantes embestidas aquellas cicatrices, vestigio cruel de lo que le hicieron cuando era niña.
Todavía permanece intacto el rencor por aquellas mujeres que años atrás la engañaron. Aquellas que le prometieron que tras una colina había un cabritillo para ella. Las mismas que allí la agarraron, la tumbaron en el suelo, la sujetaron, le separaron sus pequeñas piernas y le arrancaron con saña su feminidad. Las mismas que aquel día le hicieron sentir que nacer mujer era sinónimo de nacer maldita. No olvida el calor ni el asco que sintió al notar el paño sucio sobre su boca que acalló sus gritos, ni los ojos de la vieja curandera cuando empuñó un cuchillo y lo dirigió hacia su vagina para robarle una parte de ella misma. No recuerda nada más de aquel momento atroz. Sólo sabe que tras el dolor del primer corte quedó sumida en un profundo sueño y que tuvo mucha fiebre los días siguientes. Recuerda que tumbada en su jergón, entre delirio y delirio, veía el rostro de su hermana pequeña, que no se separaba de ella. Aquella niña que se encargó de apartar de su vista las ropas manchadas de sangre. Aquella niña que el año siguiente murió tras sufrir el mismo ritual. Después, el escozor insoportable que le quemaba cuando orinaba, la sangre que en ocasiones delataba la carnicería que había destruido su infancia y la vergüenza que sintió ante la sonrisa maliciosa que se escabullía entre los murmullos de los hombres mayores.
Durante años, había apartado de su mente aquel horror. Le decían que era la tradición, que era mandato divino, aunque ella se preguntaba qué clase de Dios puede permitir o ordenar que se castigue con semejante barbaridad a una niña. Por eso cuando aquella vez, cumpliendo con su deber diario de ir a buscar agua, una anciana le preguntó por la edad de su hija, entendió demasiadas cosas. De nada le sirvieron las súplicas a su marido o los consejos que mis compañeras se apresuraron a dar. Fue tachada de pecadora al gritar, con el Libro Sagrado en las manos, que se le dijera en qué lugar estaba escrito lo que, pasada una semana, estaba designado para su Mdaka. Durante tres noches no pudo dormir. Le aterraba pensar que clandestinamente, amparándose en la oscuridad de la noche y en la complicidad de su marido, se llevaran a su hija para hacerle lo mismo que le hicieron a ella. Sintió pavor ante la inminente tortura que se cernía sobre su pequeña, aquel ser que la había devuelto a su niñez, aquella sonrisa que corría junto a ella al lado del río cuando nadie las veía. No, se dijo. A ella no. 
Hace dos días, también aprovechando la oscuridad de la noche, se presentó furtivamente en mi pequeño hospital. Tras el sobresalto, las vi frente a mi cama en silencio, envueltas en un manto y con un pequeño hatillo con lo poco que cogió de sus ropas. Solamente me dijo “Elle ne veut pas”. A partir de ese momento, todo fue muy rápido. Urdimos con urgencia nuestro plan para sacarlas de allí, para permitir que por una vez, una "Mdaka" construyera su vida sin que nadie se creyera con derecho a amputarle ningún trozo de su cuerpo. 

Ahora, al fin, ya puede dormir.

Según los informes de UNICEF, cada año se practica la ablación genital a tres millones de niñas. Estas prácticas, además de ser una violación de sus derechos fundamentales, les causan daños irreparables e incluso les pueden causar la muerte.

18 diciembre 2006

Me hiciste cómplice.

José María.
Hoy he vuelto a pensar en él, en su soledad, en su sufrimiento, en su ¿por qué?. He vuelto a preguntarme, como tantas otras veces, cómo será su vida, qué futuro le espera, ¿se acordará de lo que era sonreír? He vuelto a recordar aquellos días tan intensos que precedieron a la barbarie que toleraste en contra de nuestras súplicas. He vuelto a hermanarme con las millones de almas que salimos a la calle a decirte que NO, que aquella guerra no era nuestra, que no era de nadie, que era injusta, que era cruel. He recordado cuánto nos mentiste, cuánto nos insultaste, pero sobre todo, como tantas otras veces, le he recordado a él. Por tu culpa, por nuestra culpa, un niño, una vida, una ilusión quedaron truncados para siempre.
Me imagino una casa en una ciudad en guerra. Una sirena anuncia que los bombarderos del "Eje del bien", en nombre de no sé qué libertad, se aproximan para derramar la sangre de los que siempre pierden las guerras. En ella, ese día, una familia aterrorizada no ha dispuesto del tiempo necesario para acudir al refugio. El padre, el esposo, piensa, ¡que Dios nos proteja! Tiene mucho miedo pero intenta serenar a los suyos dibujando en su rostro una caricatura de sonrisa. No quiere que adivinen en su cara el pavor que paraliza su cuerpo. Les hablará de su Dios, de lo que harán cuando los aviones abandonen su hogar para verter su macabra carga en otro lugar. Su mujer, la madre, acoge entre sus brazos a uno de sus hijos mientras intenta calmar al resto. No puede, pero sabe que tiene que ser fuerte. Se repiten a sí mismos que son pobres pero que confían en el Dios que les ha ayudado tantas veces durante esa maldita guerra. La indecisión les invade. Qué hacer cuando cualquier lugar adonde vayas puede ser el último que pises. Deciden esconderse debajo de una mesa. Agazapados como animales esperan rezando, llorando, suplicando que esos "ángeles de la muerte" cesen su "liberación". Miran hacia arriba temblando de miedo, con los ojos llenos de lágrimas y encharcados en los meados que delatan su pánico. De repente, sin tiempo para preverlo, un estruendo ensordecedor, una polvareda densa, una llamarada infernal y una lluvia infinita de cascotes acalla las súplicas y los rezos. Pasan unos segundos y tan solo se percibe el leve quejido de un niño de doce años. Está aterrorizado y aprisionado entre lo que segundos antes eran los ladrillos de su casa. No nota sus brazos pues uno de ellos ha sido parcialmente amputado y ahora se encuentra esparcido entre las piedras. El otro está aplastado por una viga y se convierte en una gruesa cadena que lo condena a no moverse del infierno en que se encuentra. Siente un pánico atroz. Se sorprende al no notar dolor por la carnicería que adivina sobre su cuerpo pero las quemaduras son demasiado intensas como para poder soportarlas. Apenas puede respirar por lo que con una voz quebrada y suplicante tan solo pronuncia una palabra. Dice “Mamá”. Pero ella no contesta. Opta entonces por llamar a su padre. Sabe que él es fuerte y que podrá sacarlo de allí, que le consolará y que les ayudará a todos, pero por más que grita tan sólo le responde el ruido de las llamas que están acabando con lo poco que queda de los muebles de su casa. Se pregunta qué habrá sido de sus hermanos y entre sollozos, rogando que no haya acontecido lo que se teme, pronuncia lentamente el nombre de cada uno de ellos. Nadie contesta. Están todos muertos.

Recuerda lo que ha sido tu vida desde que tuviste doce años. Imagínatela sin los tuyos, sin tus brazos. Recuerda cuando nació tu hija, con qué orgullo la cogiste, lo dichoso que te sentiste al mostrársela a tu madre. Recuerda las noches en que llegabas tarde a casa y acariciabas el pelo de tu hijo dormido. Recuerda cuando le cogías la mano a Ana en los paseos que dabais al lado del río. Recuérdalo y acepta que has condenado a Alí a que nunca pueda sentir lo mismo porque lo perdió todo en la explosión de aquella bomba cargada de tu soberbia y de tus mentiras. Y ahora dile mirándole a los ojos, al fin y al cabo solamente es un niño (no te hará daño), que desde entonces el mundo es mejor y que su país es más seguro. Atrévete a confesarle que él es tan sólo un daño colateral. No te olvides de recordarle que aquí te anunciamos la muerte de los suyos y de tantos otros pero que no nos quisiste escuchar, que preferiste enemistarnos con el medio mundo que siglos atrás hizo del nuestro el gran país que fue. Después de hacerlo permítele que te escupa a la cara y que en su desprecio veas resumido el nuestro.

Te lo dijimos, te lo pedimos y te lo suplicamos. A cambio insististe en poner en nuestras manos un fusil que nunca quisimos disparar. Por eso, por Alí, para tu vergüenza y para la nuestra déjame que te diga otra vez que eres culpable, José María, culpable de ser soberbio, culpable de ser mentiroso, de ser manipulador, de ser cobarde, culpable de ser cómplice de aquella masacre y lo peor de todo: de habernos hecho cómplices a nosotros.

Por la rabia y el dolor que sentimos, por las lágrimas impotentes que derramamos por él, por los muertos que está causando esa "tu guerra" y por la vergüenza que todavía sentimos escucharás nuestra voz diciéndote lo mismo que te dijimos entonces: déjanos como estábamos, déjanos en paz.

14 diciembre 2006

And the winner is...

En el post precedente os propuse un reto: adivinar por qué el personaje de la Reina de la Noche tiene un papel tan corto y sin embargo requiere ser interpretado por una soprano con un talento especial.
Os invito a leer los comentarios que con tanta amabilidad me habéis dejado ya que son realmente magníficos y denotan una sensibilidad por parte de sus autores que es digna de mencionar y los cuales, os prometo que no es modestia, no merezco.

Permitidme que destaque algunas de esas frases, porque las he encontrado preciosas.

  • "Es posible que la envidia, al ser un sentimiento tan intenso merezca una buena partitura, pero en la vida de cada uno de nosotros, los envidiosos son personajes secundarios."
  • "Siete minutos sublimes de mal en una vida entre el bien y el mal. Como Mozart mismo, como cualquiera, como Jekyll y Hyde. "
  • "¿por qué actores de segunda fila?. Esta fase puede ser para alguien de primerísima categoría, aunque sólo dure 7 minutos... lo bueno si breve, dos veces bueno."
  • "El mundo lo mueven esos actores secundarios ....La historia de muchos, muchísimos personajes que no han salido a la luz, posiblemente sea infinitamente mas interesante y enriquecedora que la de los personajes célebres."
  • "Porque era sabio y dedujo que dotando a esta "reina" de un magnifico papel, le seria menos dañina a él y a los demás..."
  • "Combatir con miel lo que a uno le hacen con hiel, resulta ser arma que desestabiliza."
  • "dotó de belleza y levedad a tal personaje teniendo en cuenta más la importancia clave del personaje, que el lucimiento de las cantantes."
  • "Porque Mozart le tenía miedo... como todos los seres sensibles y vulnerables... y prefería tenerla de amiga más que de enemiga...como a cualquier mujer de dudoso perfil.... Y porque Mozart, tan genio, tenía ganas de adornalla...porque un corazón generoso sabe dónde estirar la mano y hacer una certera caricia. La caricia la fea...es inolvidable y vivificante, además de inolvidable..."

¿Verdad que son bonitas? El arte es maravilloso. No sólo consiste en crear belleza, también nos incita a reflexionar sobre tantas cosas...
Seguramente tendréis razón y en la mente de Wolfgang, pululaba alguno de los motivos que habéis dado, pero yo os contaré lo que leí una vez en un libro que me dejó mi madre y que se titula "Locos Egregios" de Antonio Vallejo-Nágera. Quizá lo que él escribe no sea más que una conjetura, pero como dice un amigo mío, si está escrito en un libro, será que es verdad.

Allá voy. Mozart recibe el encargo de componer esta obra. Se sabe el libreto de memoria, sabe en qué teatro estrenará y qué compañía llevará a cabo el estreno. Dispone de poco tiempo para hacerlo. Los artistas, ya se sabe, siempre con prisas. Conoce a los miembros de la compañía y se da cuenta que no son nada del otro mundo... salvo una de las integrantes de ésta. Una soprano con un talento sobrenatural, capaz de realizar las escalas más inverosímiles y con una capacidad fuera de lo normal. Todo fantástico, ¿verdad?. Pues así sería si no fuera porque ésta tenía un pequeño problema. ¿Cuál? os preguntaréis. Pues resulta que estaba felizmente... embarazada. Evidentemente, estar embarazada no es ningún problema pero, como es obvio, no se puede someter
a una mujer en ese estado al esfuerzo continuado de subir a un escenario a cantar, gritar, contener la respiración, etc. Qué decisión tomó. Pues la que os estáis imaginando. Le reservó un papel corto, que no la fatigase excesivamente, pero eso sí, aprovechó al máximo su voz. Et voilà.

Quizá la Reina de la Noche de alguno de nosotros tenga que ver con un embarazo. Quién sabe.

10 diciembre 2006

Königin der Nacht

Muchos tenemos en nuestro entorno una “Reina de la Noche”. Un ser siniestro, oscuro, malvado, ambicioso, alguien que envidia lo que tenemos o que si bien no desea directamente nuestro mal tampoco procura nada por nuestro bien. Haced el ejercicio de ponerle cara a vuestra particular Königin der Nacht y cuando lo hagáis y si me permitís el consejo, vencedla, pero hacedlo con las mismas armas que utilizó el príncipe Tamino: la amistad, la sabiduría y el bien. Quizá las ayudas de un Papageno y de unas campanillas mágicas tampoco os vendrán mal.

Por cierto, y ya cambiando de tema. A lo mejor nunca os habéis hecho esta pregunta. La “Reina de la Noche” es uno de los personajes de la célebre “Die Zauberflöte” (La Flauta Mágica). Este personaje interviene unos siete minutos en una ópera que dura casi cuatro horas, así pues podríamos decir que es un personaje absolutamente secundario y por tanto, poco atractivo para ser representado por las grandes divas. Sin embargo, Mozart reservó para él uno de los momentos más hermosos de la Historia de la Música y cuya interpretación requiere una técnica sobresaliente. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué destinar su mejor música a un papel que estaba condenado a ser representado por artistas de segunda fila? Se admiten conjeturas.

05 diciembre 2006

Justicia

Como cada mañana, Roberta se levantó temprano. Esa noche, los fantasmas del pasado, ya viejos como ella, habían vuelto a interrumpir su sueño.
Arrastrando más que de costumbre la cojera de su pierna derecha fue a la cocina a prepararse la taza de té que debía reconfortarla para afrontar ese nuevo día que amanecía soleado.
Encendió el televisor para ver el noticiero, como ella decía. Se sentó en su destartalado sillón orejero otrora de ante argentino, mientras acogía en su regazo al gato que mataba su insoportable soledad.
Desde hacía días las televisiones insistían en una sola noticia. La salud del general empeora. Miraba con ojos congelados las personas que se agolpaban ante la clínica con pancartas escritas de color rojo sangre profiriendo gritos de ánimo, reivindicando la figura del general y deseando con más rabia que deseo su pronta recuperación.
Una joven mostraba con orgullo una foto antigua del dictador, en la que aparecía con el semblante desafiante y altivo. Había algo en el rostro de ella que le era familiar, ¿alguna conocida, quizá? No, aquella chica era demasiado joven, guapa y rica como para que ella pudiera conocerla.
Se concentró en la foto de la joven, en la misma imagen que años atrás, suspendida en una pared, rompía el ambiente lúgubre de aquella sala oscura y fría donde la torturaron día tras día, donde fue violada, insultada, vejada. Aquel lugar donde maldijo al bebé que llevaba en sus entrañas, por robarle el pretexto para dejarse morir, por obligarla a seguir viviendo por él. Aquel lugar siniestro donde no podía dormir, donde el frío húmedo escudriñaba la médula de los huesos de su cuerpo sucio y desnudo hasta hacer que se asfixiara por el temblar de su pellejo. Recordaba aquel olor nauseabundo a tabaco, orín y moho y sobre todo, recordaba los gritos. Aquellos gritos horribles que salpicaban el aterrador silencio del edificio.
Se levantó y se dispuso a repetir la ceremonia durante tantos años repetida cada 5 de diciembre. Depositó cuidadosamente sobre el tocadiscos un vinilo del Réquiem de Mozart. Nunca había sido demasiado creyente, pero la solemnidad de aquellas primeras notas, le hacían notar la existencia de algo divino superior a nosotros. Desenvolvió la vela que el día anterior había ido a comprar, la encendió al lado del tocadiscos y cogió, intentando disimular el temblor de sus manos, el marco negruzco de la foto en blanco y negro del que fue su amor. Aquel hombre que arrancaron de su lado y del que nunca más supo nada.
Curiosa coincidencia, pensaba, la madrugada de un 5 de diciembre, murió el compositor de la obra que ahora escuchaba y muchos años más tarde, también en la madrugada de un cinco de diciembre unos golpes en la puerta, unos ladridos, un griterío ensordecedor y unas linternas inquietas irrumpieron en su lecho y les separaron para siempre.
Hacía tiempo que no sabía llorar. Durante muchos años albergó la esperanza de saber qué fue de él y qué pasó con el niño que le arrancaron nada más nacer, mientras ella suplicaba horrorizada bañada en su sangre y su sudor que se lo devolvieran, que era suyo, que era de él. Recordó de nuevo su odio y la desesperación de los días que vinieron. Recordó su sentimiento de culpabilidad, el miedo que sintió al pensar, qué le diré cuando salga de aquí, dónde buscaré, a quién preguntaré.
Sonaba el “Lacrimosa” cuando volvió a la realidad. Un nuevo boletín de noticias repetía otra vez las mismas imágenes, comentadas con las mismas palabras. Se sentó abrazando tiernamente la foto, la miró e intentó descubrir en ella algún rasgo nuevo, pero no encontró nada que no hubiese visto antes en los infinitos amaneceres que la habían sorprendido contemplándola. En la televisión los esbirros del dictador gritaban de nuevo, ignorando quizá las miles de vidas rotas por aquel maldito sádico asesino. No te mueras hoy, cabrón, pensó, no manches este día.
Apareció de nuevo en la pantalla la joven. ¿Qué era lo que le llamaba la atención de ella? La miró con curiosidad, de qué me suena, pensaba. Y fue entonces y sólo entonces cuando entendió. Fue entonces cuando sintió un dolor intenso en el estómago, cuando sus ojos se abrieron y su aliento se congeló durante una eternidad. Aquella mirada, aquel gesto, aquella boca. Lo supo todo en ese instante. Tienes el mismo genio que tu padre, murmuró.
Y entonces se levantó, se puso su rebeca, atusó su plateado cabello, empuñó su bastón y se dispuso a salir. Alzó su cabeza lo máximo que le permitieron sus maltrechas vértebras, adoptó la figura de alguien que iba a hacer justicia, de alguien que iba a explicar la verdad. Volvió a mirar la foto de su amado con una mezcla de rabia y ternura y le dijo, hoy te haré inmortal. Abrió la puerta y su gato, que perezosamente despertaba de su letargo, tan sólo pudo escuchar cómo susurraba, te pudrirás en el infierno, maldito hijo de puta.
Y fue entonces y sólo entonces cuando, al fin, recordó lo que era llorar.
 

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